El duelo es una experiencia universal; una vivencia que, de una forma u otra, nos compete a todos. Para algunas personas, es como emprender un viaje que no tiene mapa. Solo a medida que lo transitamos, comenzamos a vivir las distintas emociones que acompañan la pérdida de algo significativo. A menudo escuchamos la palabra «superar», pero en realidad, a los duelos nos adaptamos a través de un proceso de «elaboración», un camino que recorremos día a día para aprender a vivir con una nueva realidad.
Es importante comprender que el duelo no surge únicamente tras la muerte de un ser querido. También lo experimentamos ante otras pérdidas que transforman nuestra vida: una ruptura amorosa, un cambio de ciudad, el diagnóstico de una enfermedad o una crisis económica severa.
Un proceso Íntimo y personal: Tu Duelo es único
Lo primero que debemos entender es que el proceso de duelo es absolutamente personal e íntimo. No hay dos personas que vivan la misma pérdida de la misma manera. Aun cuando seamos miembros de la misma familia, la relación que cada hermano, padre o abuelo tenía con la persona fallecida era única y, por lo tanto, su duelo también lo será.
Esto me lleva a decir que es fundamental respetar nuestro propio ritmo y ser críticos con frases bienintencionadas pero a menudo contraproducentes como «no llores» o «¿hasta cuándo?». Estos comentarios chocan con la realidad de un proceso que necesita su propio tiempo. El duelo es un camino con altos y bajos. Habrá días buenos, en los que sintamos paz con nuestra nueva realidad, y habrá otros de profunda desesperanza. Esto es completamente normal y forma parte del viaje.
Duelo anticipado y duelo repentino
Antes de hablar de las emociones que surgen, es útil saber que el camino del duelo puede comenzar de formas muy distintas. A veces, la pérdida es esperada, lo que llamamos un duelo anticipado. Si un ser querido mayor sufre una larga enfermedad, de alguna forma empezamos a prepararnos para su partida. Esto no elimina la tristeza, pero el impacto emocional puede ser menos abrupto. No pasa lo mismo con las muertes repentinas, especialmente si son de personas jóvenes o accidentales. En estos casos, el impacto es mucho mayor y a menudo nos sumerge directamente en un estado de shock.
Las fases del duelo, un mapa descriptivo
Comúnmente se habla de «etapas» del duelo, pero es más adecuado usar la palabra «fases». Este vaivén, estos «altos y bajos» que mencionamos, es precisamente la razón por la que hablamos de «fases» y no de «etapas» lineales. No pasamos de una a la siguiente de manera ordenada; podemos alternar entre ellas, incluso en el mismo día. Su propósito no es prescribir un camino, sino describir las emociones que pueden surgir.
Algunas de estas fases son:
- Anestesia o choque emocional: Especialmente intensa en muertes repentinas, esta fase es un mecanismo de protección de la mente para poder soportar el dolor. La persona puede sentirse bloqueada, como si no sintiera nada. Suele ser una fase corta, de aproximadamente un mes.
- Rabia: Es una emoción intensa que puede dirigirse hacia la vida, las circunstancias o incluso la persona fallecida. Es importante saber que sentir rabia es parte del proceso y no debemos sentirnos culpables por experimentarla.
- Negociación: En esta fase, intentamos plantear escenarios alternativos («si yo hubiera hecho esto, tal vez…») como un intento de cambiar una realidad que nos cuesta asimilar.
- Tristeza: Esta fase es necesaria para reflexionar, recordar y procesar las emociones. Nos permite aquietarnos y dar vueltas a la realidad para, poco a poco, poder integrar lo sucedido y avanzar hacia la adaptación.
Es importante comprender que algunas personas no sienten que atravesaron por alguna de estas fases, y eso está bien. Este es solo un marco de referencia para entender lo que puede ocurrir en nuestro interior.
Cuando el duelo se complica: Señales de alerta
El duelo es como una herida emocional, equivalente a una herida física que, si no la limpiamos, la cuidamos y la tapamos, probablemente se va a infectar. Permitirnos sentir y expresar el dolor, ya sea en público o en la intimidad, es fundamental para sanar. Cuando esto no ocurre, el duelo puede volverse maladaptativo.
Aquí hay algunas señales de alerta que indican que el proceso podría no estar elaborándose de manera adecuada:
- Estancamiento en el dolor: Las emociones intensas son esperables, sobre todo durante el primer año. La señal de alerta surge cuando la persona parece quedarse «estancada» en la rabia, la negación o la culpa por mucho tiempo, sin que esa intensidad disminuya o evolucione.
- Parálisis de la vida: Se manifiesta una sensación persistente de que la vida está paralizada y es imposible continuar con ella.
- Huida de las emociones: Esto puede incluir la evasión del dolor a través del abuso de sustancias para «anestesiar» las emociones. También se manifiesta cuando se prohíbe hablar sobre la persona fallecida. Conozco el caso de un padre que, en un intento de ser «férreo», impuso silencio en su familia tras la pérdida de un hijo, provocando que el duelo de todos no se elaborara adecuadamente.
- Deseos de no vivir: La manifestación de no querer vivir es una señal de alerta clara. Indica que el duelo puede haber precipitado un cuadro de depresión que requiere atención profesional.
¿Cuál es el destino final de este viaje? El objetivo del duelo es ser capaces de incorporar la pérdida a nuestra vida y continuar con ella. Esto nos lleva a un concepto que, en mi experiencia acompañando a muchas personas, ha resultado fundamental y transformador: perdemos a las personas pero no perdemos la relación que teníamos con ellas.
El duelo es un proceso natural y universal. Aunque el camino es profundamente personal y único para cada individuo, no estamos solos en esta experiencia humana. Acciones como permitirnos expresar nuestras emociones y trabajar en resignificar el vínculo con nuestro ser querido son pasos fundamentales hacia la sanación.